Había una vez una cabra que tenía siete cabritillos. Mamá cabra cuidaba mucho a sus hijos, y los protegía de cualquier peligro. Por eso, cada vez que salía de casa para ir a buscar comida, repetía a los cabritillos:
–¡Nunca abráis la puerta a nadie cuando no estoy! El lobo es muy astuto y tratará de engañaros para que le abráis la puerta. Prestad atención: si golpean a la puerta y escucháis una voz ronca, será él. También debéis mirar por debajo de la puerta: si veis unas patas oscuras, es el lobo, ¡tened mucho cuidado!
Una mañana, mamá cabra debía ir hasta el pueblo a buscar comida. Antes de salir, repitió a sus cabritos las mismas recomendaciones de siempre:
–Mucho cuidado hijitos míos, ¡el lobo está siempre al acecho!
-Si mami,¡no te preocupes! Ve tranquila –respondieron en coro los cabritillos.
Pero mamá cabra tenía razón… ¡el lobo estaba escondido muy cerca esperando que ella saliera! Apenas la vio alejarse, fue a llamar a la puerta de la casa de los cabritos.
–¿Quién es? -preguntaron los cabritillos
-Soy vuestra madre, abrid la puerta hijos míos- mintió el lobo.
Pero los pequeños recordaron las palabras de su madre, y no se fiaron.
– ¡Tú no eres nuestra madre! Mamá tiene la voz suave y tú la tienes muy ronca– dijeron los cabritos sin abrir la puerta.
El lobo se marchó muy enfadado, pero enseguida se le ocurrió un plan. Robó una docena de huevos de un gallinero y se los comió todos, para aclarar y suavizar la voz. Entonces volvió a la casa de los siete cabritillos y golpeó de nuevo a la puerta.
–¿Quién es? -preguntaron los cabritillos
-Soy yo, vuestra madre- dijo el lobo, tratando de imitar la voz suave de mamá cabra.
Los cabritos dudaron, la voz era suave como la de su madre, pero no estaban seguros del todo. Así que se inclinaron para espiar por debajo de la puerta, y vieron que las patas que se asomaban eran oscuras… ¡era de nuevo el lobo!
– ¡Tú no eres nuestra madre! Mamá tiene las patas blancas– dijeron los cabritos sin abrir la puerta.
El lobo volvió a marcharse de muy malhumor: ¿Cómo era posible que esos cabritillos fueran tan listos?
Pero el malvado no estaba dispuesto a renunciar a su comida, así que ideó un nuevo plan. Fue hasta el molino y metió sus patas dentro de la harina. ¡Ahora se veían muy blancas!
Volvió sobre sus pasos y llamó otra vez a la puerta.
–¿Quién es? -preguntaron los cabritillos
-Soy yo, vuestra madre- dijo el lobo
–Enséñanos la pata para que podamos verla- pidieron los cabritos.
Al ver que las patas eran blancas como la nieve, los siete cabritillos creyeron que esta vez de verdad era su madre quien llamaba a la puerta, y abrieron. Pero en un instante el lobo se abalanzó sobre ellos intentando comérselos. Los pobres cabritos corrían por toda la casa intentando escapar. Algunos se escondieron debajo de las camas, otro en el horno, otro en el baño, otro en el armario, y el más pequeño, dentro de la caja del reloj. Pero el lobo los fue encontrando uno a uno, y comiéndoselos de un solo bocado. Solo le faltó uno, el pequeñín, al que no pudo encontrar.
Tan harto estaba de comer, que se tumbó debajo de un árbol a dormir la siesta.
A los pocos minutos, mamá cabra regresó a casa y se desesperó al encontrar toda la casa revuelta y ni rastro de sus hijitos. Entonces el pequeño escuchó a su madre y comenzó a llamar desde la caja del reloj. Mamá cabra lo sacó de allí, y el cabrito le contó lo ocurrido.
Mamá cabra no iba a permitir que le pasara nada malo a sus cabritos. Cogió unas grandes tijeras, hilo y aguja y salió con el cabrito a buscar al lobo.
Cuando lo encontraron durmiendo, mamá cabra cogió las tijeras y le abrió la panza al lobo. Los seis cabritillos salieron asustados, pero sanos y salvos. Para darle su merecido al lobo, la mamá le pidió a los cabritos que fueran a recoger piedras pesadas y se las trajeran. Con estas piedras llenó la panza del lobo, que seguía durmiendo profundamente. Luego cogió aguja e hilo, y volvió a cerrarle la panza. Terminada la tarea, la cabra y sus siete cabritillos se alejaron camino a casa.
Cuando el lobo se despertó, sintió mucha sed. Así que se acercó hasta un estanque para beber, y al inclinarse al agua, el peso de las piedras hizo que se cayera dentro y se ahogara.
Ese día mamá cabra preparó un pastel para festejar que estaban todos juntos, sanos y salvos. Los cabritillos festejaron cantando y bailando, abrazándose felices de que aquella peligrosa aventura hubiera terminado para siempre.